Seguramente te ha pasado: te cuentan que tu hijo ha estado genial en el colegio, que ha seguido instrucciones, ha sido amable yh
Y entonces viene la duda: ¿Por qué con los demás se comportan bien y conmigo no?
Respira. No es que lo estés haciendo mal. De hecho, es todo lo contrario.
Imagina que pasas todo el día en una reunión de trabajo. Te esfuerzas por mantener la calma, sonreír, ser amable, controlar tus emociones… aunque por dentro estés agotado. Pero cuando llegas a casa y ves a tu pareja o a tu mejor amigo, sueltas un suspiro y, sin darte cuenta, bajas la guardia.
Eso mismo le pasó a tu hijo. Durante el día, su cerebro está en modo adaptación : sigue normas, escucha, se autocontrola y trata de hacer lo “correcto” según el entorno. Pero al verte, su cerebro detecta: aquí estoy a salvo, aquí puedo ser yo mismo .
Y ahí es cuando suelta el cansancio emocional acumulado.
El cerebro de los niños está en desarrollo, y su capacidad de autorregulación aún es inmadura. La corteza prefrontal, que se encarga de gestionar impulsos y emociones, no está completamente desarrollada hasta la edad adulta.
Por eso, necesito un regulador externo: tú . Cuando llegan a casa y se “derrumban”, no están desafiándote ni manipulándote. Están confiando en ti para ayudarte a procesar lo que no pudieron durante el día.
1.Recuerda: no es personal. No lo hacen para molestarte, sino porque eres su refugio.
2.Dale espacio para soltar. Un abrazo, un ratito de juego o incluso un momento de calma juntos puede ser suficiente.
3.Valida tus emociones. “Veo que estás cansado, fue un día largo. Estoy aquí”.
4. Anticípate. Si ya sabes que al llegar a casa estará más sensato, prepárate mentalmente para acompañarlo con paciencia.
💡 El mejor indicador de que tu hijo confía en ti no es que siempre se porte bien contigo… sino que contigo se atreve a ser él mismo.